Una vez le contaba a alguien sobre que probablemente me gustaba una amiga cuando tenía unos 11 años, claro que no me daba cuenta de la clase de ese "gustar".
Y pensando, pensando en cual había sido la primera mujer de la que me había enamorado, antes de establecer alguna relación o más allá de las confusiones de amistad, llegué a la conclusión de quién fue la primera, ése amor platónico de la adolescencia que siempre se recuerda con cariño.
Estaba en 4° medio. Ella, una compañera de curso a la que yo no conocía mucho, que encontraba media extraña y muy bonita. Era bailarina, flaquísima; huraña y encantadora. No éramos amigas, con suerte compañeras de curso buena onda (en un curso de 40).
Recuerdo un día, que puede haber sido el día en el que todo cambió, en el que se ofrece a acompañarme a buscar unos libros. Yo le pregunto por qué. Y su respuesta, que me mata a tal punto que aun me acuerdo de ella nítidamente dice: '
¿Por qué todo tiene que tener un porqué?'
Y paso el resto de ese año embobada por ella, sin siquiera preguntarme qué significa que esté tanto en mi pensamiento. Y pensándola ahora al escribir esto, me doy cuenta que sigo recordando su voz, su cara, su risa, la gracia de sus movimientos. No viéndola en años. No extrañándola ni recordándola nunca. Su imagen y la sensación que me provocaba están intactas. Y es un gusto poder acceder a ellas.