Hace 40 noches figuraba durmiendo con mi amada. Despertamos sobresaltadas por el movimiento de la tierra; no entendiendo mucho lo que pasaba, nos vestimos rápido y caminamos tambaleantes hacia afuera. Luego, ese día conversábamos acerca de lo bueno de haber estado juntas, evitando la incertidumbre de cómo estaba la otra y la imposibilidad de comunicarse por teléfono. Creíamos, o creía yo, que el haber pasado algo tan extraordinario como un terremoto nos acercaría más.
Pero algo se removió y los días siguientes la relación fue tomando un cariz extraño en el que ella quería hacer cualquier cosa menos pasar tiempo conmigo. En las semanas siguientes salía cada vez que podía, casi siempre sin mí, luego me enteré de que le gustaba otra, pero aparentemente esto no ponía en duda nuestra relación. Me amaba, quería estar conmigo y seguí creyendo que lo nuestro era fuerte: seguía en pie. Sin embargo sus palabras no se condecían con sus actos, siguió saliendo, siguió evitándome. Finalmente me pidió un tiempo de distancia que a los pocos días se transformó en 'es mejor terminar'. Sin mayores explicaciones, salvo 'es que somos muy distintas' o 'necesito estar sola'.
El terremoto se llevó mi seguridad de que lo que habíamos construido era firme, estaba creciendo, tenía futuro. Me quedaron dos años y medio de vida en conjunto, de recuerdos y un amor que no puedo apagar. Y la idea de todo es tan frágil, incluso lo que creemos tiene bases sólidas se puede desmoronar en cualquier momento.
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